domingo, 25 de abril de 2010

Pequeña Obra sobre Mercantilismo

LA FABULOSA PLATA DE POTOSI
... ¿y a dónde fue a parar esa plata?

(Adaptado de "Las Venas Abiertas de América Latina", de Eduardo Galeano.


Dicen que hasta las herraduras de los caballos eran de plata en la ciudad de Potosí... De plata eran también las vajillas de las casas, las cunas de los recién nacidos, los orinales de los señores... De plata se hacían los altares de las iglesias, y las alas de los angelitos que volaban sobre los altares...

ESPAÑOLA —Pero, ¿qué estáis inventando? ¿Os habéis vuelto locos?

ESPAÑOL —¡Será lo nunca visto! ¡Nadie olvidará la fiesta del Corpus de este año! ¡Un sueño! ¡Hablarán de esta ciudad en todo el Virreinato! ¡Levantaremos adoquín por adoquín, y así brillará hasta el suelo que pisamos!

Y levantaron adoquín por adoquín, y empedraron las calles de Potosí con barras de plata pura...

VECINA —Oiga, ¿y dónde estará ese lugar? Parece como un cuento de Alí Babá.
ABUELO —¡Por Dios, señora! ¡Quién no sabe dónde está la ciudad de Potosí?
VECINA —¿Y dónde está, pues?
ABUELO —Pues... pues... Potosí... Potosí... ¡Potosí está ahí!
VECINA —¿Dónde ahí?
ABUELO —Entiendo yo que en Colombia... o no sé, no sé... más bien yendo hacia Venezuela por el sur, por la frontera... digamos que...
VECINA —¿Digamos qué?
ABUELO —Bueno, digamos que... no sé. Realmente no sé.
COMPADRE —Pues hace 400 años todo el mundo sabía demasiado bien dónde estaba Potosí.

En el corazón de Bolivia, en los altos páramos andinos, está la Villa Imperial de Potosí. Y en Potosí, está el Cerro Rico, el Sumag Orgo la mayor mina de plata de nuestro continente. En los primeros años de la colonia española y durante muchísimos años más, Potosí fue la ciudad más grande de América, cuando ni siquiera se oía hablar de Nueva York. Tenía más población que las más importantes ciudades de Europa: Roma, París, Sevilla... La fabulosa mina fue descubierta apenas 50 años después de llegar Colón a América. Y desde ese momento, se volcó sobre Potosí una avalancha de buscadores de tesoros, caballeros, soldados y frailes. En pocos años se hacían ricos y levantaban con la plata, templos, palacios, monasterios y burdeles...

ESPAÑOLA —¡Lo que me encanta de esta ciudad es que aquí se le puede prender un candil a Dios y otro al diablo...!
ESPAÑOL —¡Y los dos candiles de plata, mamita!

Los españoles le abrieron cinco mil túneles al cerro para sacar el mineral. Y aparecían filones brillantes de plata pura. Después, hasta barrían el polvo con escobilla para no perder ni un gramo. Durante más de 200 años aquella montaña estuvo produciendo plata... ¡y mucha plata!

ESPAÑOL —¡Otro filón de plataaa...!

La plata entraba por la boca de los hornos y ya convertida en barras era llevada en caravanas de llamas y mulas hacia el puerto...

ESPAÑOL —¡Levantad anclas!... ¡Arriba las velas!... ¡Rumbo a España!

Los galeones, cargados de barras de plata, ponían rumbo hacia el puerto español de Sevilla...

ESPAÑOL —¡Ha llegado otro barco de las Américas! ¡Tirad anclas! ¡Preparaos a desembarcar!

Ya en España, la plata de Potosí entraba a los talleres de laminación...
Y así un año, y otro año, y otro año...

ESPAÑOL —¡Otro filón de plata! ¡Levantad anclas! ¡Rumbo a España! ¡Ha llegado otro barco de las Américas!

Potosí se convirtió en la bocamina de América. Durante los primeros 150 años de la colonia española llegaron a Sevilla 35 millones de libras de plata fina. Una cantidad muy difícil de imaginar. Se decía entonces que con ella se podría haber construido un puente de pura plata desde la cumbre del Cerro Rico hasta la misma puerta del palacio de los reyes españoles, al otro lado del mar inmenso.

VECINA —Bien bonita la historia ésta... Digo yo, que si no hicieron el puente, por lo menos, cada señora de España tendría sus tres collares, sus pulseritas, su buen anillo... ¿A que sí?

COMPADRE —A que no. Porque la plata de Potosí casi no se usó para hacer joyas, sino para fabricar con ellas dinero, monedas.

ABUELO —Pero no serian como éstas de ahora que las hacen de cualquier chatarra vieja.

COMPADRE —No, aquellas eran de plata pura. La plata era el dinero de aquellos tiempos.

VECINA —Pues aunque sea sin collares la historia sigue siendo bonita y me hubiera gustado vivir allí. Con tanta moneda, todos serían ricos.

COMPADRE —Pues fíjese que ni eso. Ese dinero ni lo veían los españoles. Ni siquiera se quedaba en España. Las cosas andaban bien mal en aquel país. Y la plata que sacaban de Potosí pasaba rápidamente del bolsillo del Rey de España al bolsillo de los comerciantes y de los banqueros de los otros países de Europa.

CARLOS V —Mi estimado banquero Függer: estoy cada día más preocupado.
FUGGER —Mi estimado Rey de España: ¿por qué os preocupáis?... ¿Por las deudas que tenéis pendientes con nosotros?

CARLOS V —No, no es eso... Lo que me preocupa es el demonio y los endemoniados herejes... Son malos tiempos estos, querido banquero, y el demonio anda suelto por cada rincón de mi imperio... ¡Hay que defender la fe! ¡La religión está amenazada por mis enemigos, esos malditos protestantes!

FUGGER —Majestad, ya sabéis que con cañones y escudos se vence al demonio y a los protestantes. ¿Cuántas armas necesitáis?... Si tenéis suficiente plata, de esa tan pura y tan abundante que os está llegando de América, no tenéis por qué inquietaros... Nuestros bancos se ocuparán del resto...

CARLOS V —Mi querido Fürgger, en las manos de España Dios ha puesto más plata que la que Europa entera pueda siquiera imaginar... ¡Las minas de Potosí! Somos los dueños de un imperio donde no se pone el sol y en donde no se acaba la plata.

España estaba hipotecada. Pero el Rey Carlos V y los reyes que le siguieron, gastaban los tesoros de América en inacabables guerras religiosas, en derroches cortesanos y en pagar deudas cada vez más gigantescas... Ni toda la plata de Potosí sirvió para salvar a España de la ruina. Y en 200 años más, el país estaba en una total bancarrota.

COMPADRE —Antes que los barcos con la plata llegaran a Sevilla, ya el rey español los tenia entregados a los banqueros que le andaban detrás para que pagara. Estaban los Weiser y los Fürgger, que eran alemanes, los Shetz, los Grimaldi italianos...
Había ingleses, holandeses, franceses... Todos esperando para cobrar sus deudas...
VECINA —¡Ajajá! Entonces España tenía la vaca, ¡pero otros se tomaban la leche!
COMPADRE —Así mismito. Y era mucha la leche que se tomaban. Si, América era un negocio europeo. Los países de Europa, los que hoy llamamos de la Comunidad Europea, ésos eran los que se tomaban la leche.
ABUELO —¿Y qué hicieron con tanta leche... digo, con tanta plata?
COMPADRE —Bueno, ellos sabrán lo que hicieron...
VECINA —Oiga, ¿y ese señor que estuvo antes hablando con el rey de España, ése era un europeo, verdad?
COMPADRE —Si, era un banquero alemán.
VECINA —¿Y no podría hablar yo un rato con él, a ver si me aclara un poco todo este asunto...?
FUGGER —¿Quién me molesta?... Ah, es usted.
VECINA —Pues sí, señor banquero... Quisiera preguntarle una cosa.
FUGGER —Pregunte usted, señora.
VECINA —Pues... pues... ¿cómo le diría?... Yo quiero saber qué es lo que hicieron ustedes con toda la plata que se llevaron de Potosí?
FUGGER —¿Qué nos llevamos? Señora, no hable de esa manera. Esa plata nos la pagó a nosotros el rey de España. El debía, nosotros cobrábamos.
VECINA —¡Vaya gracia! Un ladrón robándole a otro ladrón...
FUGGER —Un poco más de educación, señora, por favor...
VECINA —Está bien, está bien, dejemos eso... Pero con-teste a mi pregunta: yo lo que quiero saber es dónde están metidos todos esos montones y montones de plata... Porque, que yo sepa, no levantaron ningún puente sobre el mar... ¿Qué hicieron entonces? ¿La guardaron? ¿En qué la gastaron?
FUGGER —Pues verá, nosotros empezamos a... Ni intente comprender, señora, eso es un secreto profesional...
VECINA —¡Qué secreto ni qué cuento chino! Por qué no contesta? Yo quiero que me diga qué hicieron ustedes con todo ese dineral que se llevaron de aquí?
FUGGER —Señora, ¿para qué remover el pasado? Todo esto ocurrió hace siglos. Estamos ante un secreto histórico algo complicado. No intente comprender.
VECINA —¡Vaya con el banquero secretista!
COMPADRE —Sin pleitos, sin pleitos... A ver, don Függer, retírese por favor...
ABUELO —Óigame, señora, esos no son modos... Así no se trata a los personajes de la historia.
VECINA —¡Pero es que ese banquero me cargó con tanto secreto!
ABUELO —Esas cosas son muy complicadas, señora. ¿Cómo vamos a entender nosotros los enredos de los economistas?
COMPADRE —Pues la verdad es que no hay ni mucho enredo ni mucho secreto. La cosa es tan clara como el agua de lluvia. ¿Ustedes vean todos esos países de Europa, tan refinados, tan elegantes, que fabrican desde una computadora y un avión supersónico hasta un perfume de lujo; esos países donde sobran autopistas, automóviles, industrias de todas clases; esos que llamamos »los países del primer mundo», los de la Comunidad Europea, los países desarrollados? Pues el gran secreto es que se desarrollaron a costillas nuestras. Que en la raíz de todo su desarrollo está nuestra plata, la plata de Potosí, la que empezaron a acumular hace 400 años.
VECINA —¡Anjá! ¿Con que eso era lo que el banquero no se atrevía a decir?
COMPADRE —Eso era. No quieren reconocer que Europa se levantó con dinero robado. Que las riquezas europeas se deben a que hace siglos nos saquearon. Potosí fue la vena yugular de América. Toda la sangre se la chuparon ellos.
ABUELO —Hombre, pero usted olvida algo importantísimo: que los europeos son, a más de inteligentes, gente trabajadora y ahorrativa.
COMPADRE —¿Ahorrativa?... ¡Jugaron con ventaja, amigo! Se dice pronto: 35 millones de libras de plata robadas. ¡Montañas de dinero, así, mansitas!... En toda la historia de la humanidad, nunca se había acumulado tanto dinero en tan poco tiempo. Imagínense que las riquezas que sacó España de Potosí eran tres veces más que las que tenían toditos los países de Europa juntos. Y ahí está el secreto: con tanta plata les alcanzó para todo, para enriquecerse y para construir todo tipo de fábricas. ¿Y qué pasaba después? Que lo que hacían en esas fábricas nos lo venían a vender a nosotros aquí. ¡Negocio redondo! Primero les quito la plata y después les vendo lo que fabrico con esa misma plata. De ese jueguito vivían los ricos de Europa y sus compinches, los españoles ricos de Potosí...

PREGONERO —¡Señoras y señoritas de Potosí!... Vean, vean las nuevas mercancías llegadas de Europa... ¡Finísimas telas de Italia!... ¡Elegantes sombreros de París y Londres!... Oui, oui, mademoiselles, voilá la creçme!... Encajes, espejos y tapices de Flandes!... Bellísimos bordados de Holanda!

Potosí era la ciudad más cara del mundo. En su mercado no faltaba para los colonos españoles ni uno solo de los productos más exquisitos de aquel tiempo. Aquella sociedad derrochadora y fiestera lo compraba todo con la plata...

PREGONERO —¡Cristales de Venecia! Signorina mía, ponga en su encantador piecesito una media di Napoli!... Mamma mía!... Vean, vean, espadas de Alemania, sedas de Francia...
ESPAÑOLA —Ayer compré este sombrero de plumas... Dicen que en París es el último alarido de la moda... ¿Te gusta?
OTRA —¡Es precioso! Pero tendrás que comprarte otro más elegante para el próximo baile... ¿supiste? En Sucre leyeron el bando: la fiesta por la coronación del rey Felipe II durará 24 días... ¡con 24 noches!
ESPAÑOLA —¡Oh, lá lá!... Mientras haya plata, no faltará aquí la algazara.
ESPAÑOL —¡Ciudad de novedades y desvergüenzas!
ESPAÑOLA —Ciudad encantada, mi amor... ¿Cuándo en España pudiste ir a un banquete así?

Doña Cecilia Contreras de Torres, señora de Ubina, y doña María de las Mercedes Torralba de Gramajo, señora de Colquechaca, competían a ver quién daba fiestas con mayor lujo y con más sonado derroche...

ESPAÑOLA —Anda a tirar las bandejas y los platos por el balcón principal, Micaela...
CRIADA —Pero son de plata, señora...
ESPAÑOLA —Por eso mismo, tonta... ¡para que vea la lechuzona de Cecilia, que si ella es rica, nosotros ya somos millonarios! Tira la mitad de la vajilla de plata... ¡y procura que haga bastante ruido al caer!

INDIO QUECHUA —Soy Juan Mamani. De Potosí soy. Del Potosí de ahora, donde ya acabaron fiestas, donde ya acabó la plata. Al cerro le abrieron mil agujeros y por ahí se le salieron sus entrañas. En el cerro de la plata trabajaron abuelos de mis abuelos. En las noches escuché contar que dura era la tarea, pues. Amaneciendo día lunes, los metían cerro adentro. Arreados como mulas iban. Allí, en el vientre de la montaña, pasaban la semana toda sin ver el sol, picando la plata alumbrándose con velas. Dormían dentro. Mascaban coca dentro para asustar el hambre. Y respiraban polvo de enfermedad, que era el llanto del cerro. El domingo salían fuera, al viento helado, desde el fondo del infierno. Y entero el domingo pasaban olvidando, bebiendo chicha hasta caer por el suelo. El látigo del español, listo siempre. «Indio escucha por la espalda», decían cuando pegaban.
Morían en el cerro, dentro del cerro, quebradas las cabezas, reventados los pechos. Morían cuando los arrastraban desde su campo a la mina. Era la tristeza del corazón y el frío los que mataban en el camino. Morían. Murieron mujeres, hasta niñitas murieron. Por eso rezaban al dios del cerro para que sacara ya la plata. Vino ya al día en que Taita Dios escuchó la voz de los muertos y de los que aún vivían. Maldijo la codicia de los blancos. Y no sangró plata nunca más el cerro. Se acabó.

Después de más de dos siglos de explotación, cuando la plata se acabó, Potosí cayó en el vacío. La ciudad más rica de América se hundió en la mayor miseria. Lo mismo pasó en Zacatecas y Guanajuato, en México, y más tarde, en Ouro Preto, en Brasil. En las grandes ciudades mineras de América, en las que hicieron rica a Europa, hoy sólo quedan vivos los fantasmas de la riqueza muerta.
Bolivia es el país más pobre de la América del Sur, uno de los más pobres de todo el mundo. Potosí no es hoy más que una pobre ciudad de la pobre Bolivia. La ciudad que más ha dado al mundo y la que menos tiene. El Cerro Rico, a cinco mil metros de altura, parece una muela cariada. En sus túneles 8 millones de indios fueron sacrificados para enriquecer a Europa. 8 millones de cadáveres quedaron en los socavones de la fabulosa montaña de la plata.

COMPADRE —Ocho millones... ¿Se da cuenta? 8 millones de vidas costó el relajo de Potosí, el robo más grande de la conquista española.
ABUELO —¿Y usted no estará exagerando un poco? Me parecen demasiados los...
COMPADRE —¿Quiere regatear? Está bien, rebaje a 3 ó a 6 ó a 4 millones el número de los mineros muertos... ¿Es menos crimen por eso?
ABUELO —Sí, todo es muy triste, yo no lo niego, pero a mí me parece que tampoco podemos juzgar las cosas de antes con los criterios de ahora.
VECINA —¿Ah no? ¡Pues a mí lo que me parece es que matar y robar al prójimo es un delito ayer, hoy y mañana! ¡Al pan, pan y al canalla, cárcel!
ABUELO —Tranquilícese, señora, no se ponga así...
VECINA —¿Y cómo me voy a poner? Si no se puede uno imaginar ni tantos montones de plata ni las botaraterías de esa «señora de los gargajos» ni el abuso de Europa ni tanta muerte...
ABUELO —Está bien, está bien, pero eso ya pasó hace muchos años...
VECINA —Muchos años, pero yo me enteré ahora. Y me duele, me duele por más que esa sangre ya esté seca...

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